lunes, 29 de diciembre de 2008

Valdés Leal


Silencio. ¿Quién sonríe?

Un temblor que se apaga.

Un humo que enmudece.

Ni más ni menos. Nada.



¡Oh, virulencia clara,

profunda llama oscura!

Ni más ni menos. Nada.

Viento de la amargura.



Luz de postrimería.

Un ataúd, la caja

de colores, vacía.

Ni más ni menos. Nada.



Duro pincel espada,

pincel mojado en sangre

de garganta cortada.

Ni más ni menos. Nada.



¿Vais a llorar? ¡Grandeza

de agonía enterrada!

Rodando, una cabeza,

otra cabeza. Nada.

Ni más ni menos. Nada.



Vértigos, viejas ramas,

broncas ramas de olivo,

de encendidas retamas.

Color muriendo vivo.

Ni más ni menos. Nada.



Línea en ciclón, anchura

de sombra lacerada.

Alma en pena: pintura.

Ni más ni menos. Nada.



¡Oh pintor de la nada!

La paleta en tu mano:

tierra para el gusano,

una guadaña helada.

Ni más ni menos. Nada.





Rafael Alberti

viernes, 26 de diciembre de 2008

Sinceridad en la pintura


Rafael se sentía muy inclinado a la Iglesia (siempre que ésta pudiera pagarle), a las materias de fe cristiana. No dio un paso tras las exigencias y los éxtasis de la piedad de algunos de sus clientes; conservó su sinceridad incluso en ese cuadro excepcional que es la madonna de la Capilla Sixtina, destinado primitivamente a un estandarte de procesión. En este caso ideó pintar una visión, pero una visión tal y como pudieran tenerla -y como realmente la tendrían- los nobles jóvenes sin "fe": la visión de una futura esposa, de una mujer inteligente, de alma noble, callada y muy bella, que lleva en sus brazos a su hijo recién nacido. Que los antiguos, habituados a las plegarias y a las adoraciones, como el digno anciano que aparece a la izquierda del cuadro, veneren en ella algo sobrenatural. Nosotros los jóvenes -parece decirnos Rafael- hemos de fijarnos en la esbelta joven de la derecha que, con su mirada provocadora y nada devota, se dirige a los espectadores del cuadro como insinuándoles: "¿Verdad que esta madre con su hijo constituye un espectáculo agradable y tentador?" Su rostro y su mirada lanzan un destello de alegría sobre la cara de quienes contemplan el cuadro: es la forma que tiene el artista de gozar de su creación, añadiendo su alegría a la de los que contemplan el cuadro. Para la expresión "mesiánica" en la cabeza del niño, Rafael, hombre sincero que no quería pintar estados anímicos en los que no creía, supo quedar bien y sinceramente con sus admiradores creyentes: pintó ese juego de la naturaleza, nada raro, consistente en unos ojos de hombre en la cara de un niño: los ojos de un hombre valiente y generoso que observa una miseria. Tales ojos requieren una barba; la falta de ésta y la unión de dos edades distintas expresadas en un mismo rostro, representan la agradable paradoja que los creyentes han interpretado a la luz de su creencia en el milagro; pero el artista ya esperaba esto de su arte para interpretar y sustituir.



Friedrich Nietzsche

martes, 23 de diciembre de 2008

Matisse


Me dicen que murió Matisse. Me impresiona la noticia, porque se va viendo desaparecer a la que con más motivo puede ser llamada la generación de vanguardia, la que rompió el fuego, la que emprendió la primera acometida.


Se les llama, unas veces, los "fauves". "Fauve", esto es: fieras, animales salvajes, lo cual tiene una significación que ahora no hay tiempo ni espacio para explanar.


Maurice Denis, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Matisse...,luego los expresionistas alemanes: Nolde, Max Pechstein, etc., luego otra vez en Francia, Derain, Dufy...Es, al mismo tiempo, una rotura con lo que el impresionismo tenía de descomposición de la forma, y, por lo tanto, una vuelta a la forma. Es una línea -pudiéramos incluso decir, una tradición nueva- que, en realidad, se continúa hasta el surrealismo, línea de la cual el cubismo es una desviación.


Para mí, esta línea es la de la verdad pictórica.


Entre aquellos primeros, en mi concepto -expongo maneras de ver propias, que acaso no sean compartidas por ahí delante- Matisse representa, probablemente, aquel punto de estilización que constituye el "deber ser", en pintura.


El cubismo es, por ejemplo, una desviación hacia el volumen, asunto, si se quiere, de la escultura e incluso de la arquitectura, pero en la pintura, innecesario, por lo menos.


En Matisse, encuentro la forma en trance de purificación, la figura, si se quiere, en sí, incluso exenta de masa, delicadamente indicada, en una simbiosis feliz de línea y color.


Una pintura desmaterializada, sin ese espesor con que se quiere engañar a la vista -el conocido "trompe l'oeil" en que otros han recaído- pues ha demostrado varias veces Matisse que no le hacían falta más que las dos dimensiones de la tela, sin tener que fingir la tercera, ni siquiera necesitaba la inútil descomposición cubista, ni las reducciones geométricas que, en otros, han decepcionado tantas veces.


Él y Van Gogh las dos mayores altitudes del grupo, más sutil que Van Gogh, si Van Gogh es mucho más rico y poderoso.


También es Matisse un pintor alegre, que no se alejó nunca enteramente de la belleza, y que pintó cosas finas y afinó las que, en otras manos, resultaron tantas veces bastas.


A mi ver, poseía el genio de la estilización; al menos, la estilización tal como yo la entiendo.


Es posible que sus aciertos no fuesen intencionales, muchas veces -acaso todas-, mas, al parecer no les ofrecía resistencia, se dejaba vencer por una inspiración acaso superior a él. En todo caso, su obra ahí está.






Vicente Risco

lunes, 22 de diciembre de 2008

Nocturno infinito





Es fama que le preguntaron a Whistler cuánto tiempo había requerido para pintar uno de sus nocturnos y que respondió: "Toda mi vida". Con igual rigor pudo haber dicho que había requerido todos los siglos que precedieron al momento en que lo pintó. De esa correcta aplicación de la ley de causalidad se sigue que el menor de los hechos presupone el inconcebible universo e, inversamente, que el universo necesita del menor de los hechos. Investigar las causas de un fenómeno es proceder en infinito.






Jorge Luis Borges

El instante y la eternidad


Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el dibujo. El rey le pidió que dibujara un cangrejo. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron cinco años y el dibujo aún no estaba empezado. "Necesito otros cinco años", dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió. Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y, en un instante, con un solo gesto, dibujó un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto.

Del difícil camino del aprendizaje



«Desde los seis años de edad, tuve la manía de dibujar la forma de las cosas. Al llegar a los cincuenta, había publicado infinidad de diseños, pero lo que produje antes de los diecisiete no merece tomarse en cuenta. Ahora, a los setenta y tres, he aprendido un poco sobre la verdadera estructura de la naturaleza, los animales, plantas, aves, peces e insectos. Cuando tenga ochenta, habré progresado un poco más; a los noventa, penetraré en el misterio de las cosas; a los cien, habré alcanzado un estado maravilloso, y cuando tenga ciento diez, todo lo que haga, sea una línea o un punto, tendrá vida.»


Escrito a los setenta y tres años de edad por mí, antes Hokusai, ahora Owakio Rojin, un viejo loco por el dibujo.

Visita a Picasso (o acerca del fin del arte)



Antibes, 19 de febrero.


Hace muchos años había comprado en París seis cuadros de Picasso, no porque me gustaran, sino porque estaba de moda y podía utilizarlos para hacer regalos a las señoras que me invitaban a comer. Pero ahora, hallándome solo en la Cóte d'Azur y no sabiendo cómo pasar los días, me vino el deseo de ver personalmente al autor de aquellas pinturas.
Vive cerca de aquí, en una villa marítima, en compañía de su esposa, mujer muy joven y florida; Picasso según creo tiene sesenta y cinco o sesenta y seis años de edad, pero conforme a su buena sangre española es hombre fuerte y bien formado, tiene un hermoso color y goza de buen humor.
Al principio conversamos acerca de algunos conocidos comunes, pero muy pronto el tema se circunscribió a la pintura. Pablo Picasso es no sólo un artista feliz, sino también un hombre inteligente, que no tiene miedo de sonreírse, a su debido tiempo y lugar, de las teorías de sus admiradores.
- Usted no es ni crítico ni esteta, me dijo, y por lo tanto puedo hablar con usted libremente. Cuando era joven tuve como todos los jóvenes la religión del arte, del gran arte. Pero más adelante, a medida que pasaron los años, me di cuenta de que el arte, tal cual fue entendido hasta el siglo XIX inclusive, ya está concluido, moribundo, condenado, y que la llamada «actividad artística», con la misma abundancia que ostenta, no es más que la multiforme manifestación de su agonía. A pesar de las apariencias en contrario los hombres pierden más y más el afecto hacia las pinturas, las esculturas y la poesía. Los seres humanos de ahora han puesto su corazón en cosas completamente diversas: máquinas, descubrimientos científicos, riquezas, dominio de las fuerzas naturales y de las extensiones de la tierra. Ya no sienten el arte como una necesidad vital, espiritual, como sucedía en los siglos pasados. Muchos de ellos continúan actuando como artistas y ocupándose del arte, pero lo hacen por razones que poco tienen que ver con el verdadero arte, lo hacen por espíritu de imitación, por la nostalgia de la tradición, por la fuerza de la inercia, por amor a la ostentación, al lujo, a la curiosidad intelectual, por seguir la moda o por cálculo. Por hábito o por «snobismo» viven todavía en un pasado reciente, pero la inmensa mayoría, tanto de la clase elevada como de la inferior, no siente una sincera y cálida pasión por el arte, al que considera, a lo más, como una expansión, una diversión o un ornato. Poco a poco, a medida que las nuevas generaciones se enamoren de la mecánica y de los deportes, se vuelvan más sinceras, mas cínicas y más brutales, dejarán el arte en los museos y bibliotecas, como restos inútiles e incomprensibles del pasado.
» ¿Qué puede hacer un artista que, como me ha sucedido a mí, ve con claridad ese próximo fin? Sería un partido demasiado duro cambiar de ocupación, y además, peligroso desde el punto de vista alimenticio. Para él no quedan más que dos caminos: procurar divertirse y procurar ganar dinero.
»Desde el momento en que el arte no es más el alimento que nutre a los mejores, el artista está en libertad para desahogarse según su talento en todas las tentativas de fórmulas nuevas, en todos los caprichos de la fantasía, en todos los expedientes del charlatanismo intelectual. El pueblo ya no busca en el arte consuelo y exaltación, pero los refinados, los ricos, los ociosos, los alambicadores de quintaesencias, buscan lo nuevo, lo extraño, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. A partir del cubismo yo he contentado a esos señores y a esos críticos con todas esas mudables singularidades que me han venido a la cabeza, y cuanto menos las comprendían más las admiraban. A fuerza de sobrepasarme en esos juegos, con esas cosas funambulescas, con los rompecabezas, arabescos y demás cosas, llegué a ser célebre bastante rápidamente. Para un pintor, la celebridad significa ventas, ganancias, fortuna, riqueza. Ahora, como ya lo sabe usted, soy, célebre y soy rico. Mas, cuando estoy a solas conmigo mismo no tengo valor para considerarme un artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Verdaderos pintores fueron Giotto y Ticiano, Rembrandt y Goya; yo no soy más que un amuseur public , que ha comprendido su tiempo y ha aprovechado lo mejor que ha sabido hacerlo la imbecilidad, la vanidad y la ambición de sus contemporáneos. Esta que le hago es una amarga confesión, más dolorosa de lo que le pueda parecer, pero tiene el mérito de ser sincera.
» Et aprés ça - concluyó por decir Picasso -, allons boire ».
La conversación no terminó ahí, pero no tengo la paciencia necesaria para consignar las otras desprejuiciadas paradojas que brotaron de los labios del viejo pintor catalán.


Giovanni Papini "El libro negro"

jueves, 18 de diciembre de 2008

Ser original


Ser original es volver al Origen.


Antonio Gaudí

lunes, 15 de diciembre de 2008

Las Meninas o La familia



Se ha dicho de Velázquez que era un hombre de pocas ideas. No se entiende bien lo que con ello se quiere decir. Probablemente la observación se origina en que no se sabe ver cuáles son las ideas de un pintor naturalista. Velázquez pintó poco porque no sintió nunca su arte como un oficio, pero cuando se repasa su obra desde el punto de vista de la originalidad, de la fertilidad en el modo de hallar nuevos temas o nuevas maneras de tratar los usadizos, nos sorprende caer en la cuenta de que no ha habido pintor con más ideas. Casi cada uno de sus lienzos es una nueva idea. Velázquez, salvo en los retratos reales, no se repite nunca. Y el hecho incuestionable es que sus tres grandes cuadros -Las Lanzas, Las Meninas y Las hilanderas- fueron tres creaciones imprevistas en la pintura y que revelan el más genial poder de invención.



Las Meninas es el ejemplo extremo de ello. La idea de exorbitar o monumentalizar en un gran lienzo una escena cotidiana de su taller palatino y hacer de este modo lo que Justi ha llamado "el cuadro ideal para un historiador" es, de puro sencilla, fabulosamente sublime. En Palacio reinaba, además de Felipe IV, el aburrimiento. Lope de Vega, temperamento nada palatino, hombre de la calle, nos dice que "en Palacio hasta las figuras de los tapices bostezan". Había, sin embargo, un aposento donde siempre podía esperarse ocasión para la tertulia, para presenciar algún espectáculo menos sólito; era el taller de Velázquez. A él iba con suma frecuencia el rey y, a veces con él, la reina. Allí iba la princesa Margarita con sus criadas o "azafatas". Nos hallamos en 1656, tres años antes de morir el pintor. Velázquez trabaja en un cuadro cuyo asunto desconocemos. El rey y la reina están en el taller y sus figuras - otra ingeniosa idea- se reflejan en un espejo. Las criadas de la princesa, jóvenes de la nobleza, atienden a la real niña. Dos monstruos -una criada obesa de origen alemán, a quien llaman Maribárbola y un enano italiano, Nicolasillo Pertusato-, entretenían a las damitas. Una señora vagamente monjil -una "dueña"- y un "guarda-llamas" vigilan el grupo infantil. Al fondo, un empleado de Palacio, director de la fábrica de tapices y pariente de Velázquez, don José Nieto, abre una puerta por donde el sol intenta una invasión. Nada más. Pura cotidianeidad.



Cuando en Palacio se hablaba del cuadro solía denominársele La familia. No ha sido bien entendido este nombre por no haberse tenido en cuenta que las clases superiores usaban aún el vocablo "familia" en su sentido original que viene de famulus, "criado" y significaba, por tanto, más que la unidad de padres e hijos una unidad de mayor amplitud en que ocupaban el primer término los "criados". Pero a su vez "criado" significaba los servidores en cuanto han sido, en efecto, criados de la casa. En este cuadro, pues, los protagonistas son las muchachas que sirven a la princesa y los enanos adjuntos, con la pareja de ambos sexos que los cuida. Por aquellos años existía un bilingüismo castellano-portugués en los círculos aristocráticos y literarios, especialmente en Palacio. Portugal perteneció a la corona de España hasta pocos años antes de pintarse este cuadro. De aquí que se llamase también Las Meninas -hoy diríamos "las señoritas"-, sean nobles o de la burguesía.


La infanta Margarita es el centro pictórico del cuadro por su traje blanco y oro, sus cabellos áureos, su tez blanca empapada de luz. Pero, repetimos, el sentido de este cuadro no es hacer un retrato de la princesa. Basta compararlo con el que en la misma fecha le hizo y que está en la Galería de Viena. Este retrato, como casi todos los reales, ha sido hecho reteniendo Velázquez su modo impresionista. En Las Meninas, por el contrario, la infanta, al igual que las demás figuras, está sólo sugerida por pigmentos sueltos que dan valor atmosférico a carne y trajes, pero no se ocupan de precisar.


En este lienzo, Velázquez acomete plenamente el problema del espacio -de un espacio no abstracto y de pura perspectiva, sino lleno de cosas en cuanto que estas impregnan el aire.


Conviene señalar brevemente las relaciones de Velázquez con el espacio una vez que abandona la manera de los tenebrosos. Hay gran probabilidad de que fue Rubens quien le hizo apreciar el encanto que da a un cuadro lo que podemos llamar "apertura hacia espacios" que él mismo había aprendido en Tiziano y luego perfeccionado y acentuado. Pero esos espacios hacia los cuales se abre el cuadro no son espacio real, presente: son alusiones a la espaciosidad, referencias a ellas. Estos son los espacios que Velázquez pondrá detrás de sus espacios reales. No tiene unidad propiamente pictórica con la figura. Ésta ha sido pintada en otro espacio -el del taller, que en el cuadro es sustituido por un espacio ideal con el carácter de tela de fondo. Espacio y figura se son de este modo externos y extraños uno a otro. Que en Velázquez los telones de paisaje recuerden los rasgos de la sierra del Guadarrama en las líneas como en la tonalidad del color, no quiere decir que él se propusiese pintar un espacio real. El ejemplo más lúcido de este método se halla en las lejanías, clara pero convencionalmente iluminadas, que aparecen tras de las figuras de Las lanzas.


Sólo en Las Meninas y en Las Hilanderas se propone Velázquez retratar también el espacio real en que las figuras están sumergidas.


En muchos cuadros de Velázquez hay una presencia de lo atmosférico. Se ha dicho que pintaba el aire. Pero este efecto no tiene nada que ver con su modo de tratar el espacio. Este "aire en torno" lo tienen sus cuadros incluso cuando estos no tienen espacio en torno a la figura e incluso, como en el Pablillo, donde ni siquiera tienen fondo.


El ambiente aéreo proviene en Velázquez de las figuras mismas y no de su contorno, espacio o ámbito.


El "naturalismo" de Velázquez consiste en no querer que las cosas sean más de lo que son, en renunciar a repujarlas y perfeccionarlas; en suma, a precisarlas. La precisión de las cosas es una idealización de ellas que el deseo del hombre produce. En su realidad son imprecisas. Esta es la formidable paradoja que irrumpe en la mente de Velázquez, iniciada ya en Tiziano. Las cosas son en su realidad poco más o menos, son sólo aproximadamente ellas mismas, no terminan en un perfil rigoroso, no tienen superficies inequívocas y pulidas, sino que flotan en el margen de imprecisión que es su verdadero ser. La precisión de las cosas es precisamente lo irreal, lo legendario en ellas.


En cuanto a su modo de tratar el espacio en cuanto tal, es decir, su profundidad, habría que decir, aun arrostrando la paradoja, que es un modo más bien torpe. No obtiene la dimensión profunda mediante una continuidad, como Tintoretto o Rubens sino, al revés, merced a planos discontinuos. En general, emplea tres: el primero y el último luminosos, sobre todo este último, buscando pretexto para "rompientes" de luz. Entre ambos intercala un tercer plano oscuro, hecho con siluetas sombrías, que entristece sus cuadros y en que, por cierto, se ha cebado más la faena mordiente del tiempo.


En Las lanzas sorprende ese telón intermedio de figuras arbitrariamente oscuras y sordas de color. En Las Hilanderas hace el mismo servicio la criada que en medio recoge ovillos o copos, y todo lo que hay en su plano. En Las meninas representa esta función de ensombrecer la dueña y el guarda-damas, y el ritmo de luces y muros ciegos.


Está, pues, obtenido el espacio en profundidad mediante una serie de bastidores como en el escenario de un teatro.




José Ortega y Gasset






miércoles, 10 de diciembre de 2008

Esto es un cuadro


VISITANTE DE LA EXPOSICIÓN: Pero ¿es esto una mujer?

MATISSE: No, señora. Esto es un cuadro.

viernes, 5 de diciembre de 2008

De la importancia del dibujo


Yo voy a establecer una academia de dibujo, y en la puerta pondré un rótulo que diga: Academia de Pintura.


Ingres

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Caravaggio según Jarman



Fotograma de la película "Caravaggio" de Derek Jarman.

Caravaggio, escenógrafo


Al contemplar La vocación de san Mateo (1599-1602), pienso que Caravaggio es un director de cine. Iluminación, vestuario, gestos, todo habría sido escenificado con cuidado. Es evidente que la ventana de la pared del fondo no es una fuente de luz. Había sido tapada con una mano de pintura para evitar los problemas de "contre-jour" -contraluz-, dificultades que son familiares para cualquier cámara moderna. De hecho, hay una única fuente de luz, muy intensa, desde la derecha. Un cuadro vivo se disponía con una iluminación cuidadosa: solía tomar cierto tiempo.

Uno puede imaginárselo diciendo: "Levanta la mano para que atrape la luz, mueve un poco más la cara hacia ese lado, haz que el color de esa capa cambie a un tono más claro, atrapará mejor la luz y resaltará sus hombros. Una pluma blanca en su sombrero se destacaría sobre la pared oscura. Asegúrate de que la figura del primer plano tenga una manga blanca".

Caravaggio es, de hecho, un maestro en la organización de la "escena".



David Hockney "El conocimiento secreto"

Instrucciones para entender tres pinturas famosas: Retrato del rey Enrique VIII de Inglaterra, por Holbein


Se ha querido ver en este cuadro una cacería de elefantes, un mapa de Rusia, la constelación de la Lira, el retrato de un papa disfrazado de Enrique VIII, una tormenta en el mar de los Sargazos, o ese pólipo dorado que crece en las latitudes de java y que bajo la influencia del limón estornuda levemente y sucumbe con un pequeño soplido.
Cada una de estas interpretaciones es exacta atendiendo a la configuración general de la pintura, tanto si se la mira en el orden en que está colgada como cabeza abajo o de costado.
Las diferencias son reductibles a detalles; queda el centro que es ORO, el número SIETE, la OSTRA observable en las partes sombrero-cordón, con la PERLA-cabeza (centro irradiante de las perlas del traje o país central) y el GRITO general absolutamente verde que brota del conjunto. Hágase la sencilla experiencia de ir a Roma y apoyar la mano sobre el corazón del rey, y se comprenderá la génesis del mar. Menos difícil aún es acercarle una vela encendida a la altura de los ojos; entonces se verá que eso no es una cara y que la luna, enceguecida de simultaneidad, corre por un fondo de ruedecillas y cojinetes transparentes, decapitada en el recuerdo de las hagiografías. No yerra aquel que ve en esta petrificación tempestuosa un combate de leopardos. Pero también hay lentas dagas de marfil, pajes que se consumen de tedio en largas galerías, y un diálogo sinuoso entre la lepra y las alabardas. El reino del hombre es una página de historial, pero él no lo sabe y juega displicente con guantes y cervatillos. Este hombre que te mira vuelve del infierno; aléjate del cuadro y lo verás sonreír poco a poco, porque está hueco, está relleno de aire, atrás lo sostienen unas manos secas, como una figura de barajas cuando se empieza a levantar el castillo y todo tiembla. Y su moraleja es así: «No hay tercera dimensión, la tierra es Plana, el hombre repta. ¡Aleluya! ». Quizá sea el diablo quien dice estas cosas, y quizá tú las crees porque te las dice un rey.
Julio Cortázar

Instrucciones para entender tres pinturas famosas: La dama del unicornio, por Rafael


Saint-Simon creyó ver en este retrato una confesión herética. El unicornio, el narval, la obscena perla del medallón que pretende ser una pera, y la mirada de Maddalena Strozzi fija terriblemente en un punto donde habría fustigamientos o posturas lascivas: Rafael Sanzio mintió aquí su más terrible verdad.
El intenso color verde de la cara del personaje se atribuyó mucho tiempo a la gangrena o al solsticio de primavera. El unicornio, animal fálico, la habría contaminado: en su cuerpo duermen los pecados del mundo. Después se vio que bastaba levantar las falsas capas de pintura puestas por los tres enconados enemigos de Rafael: Carlos Hog, Vincent Grosjean, llamado «Mármol», y Rubens el Viejo. La primera capa era verde, la segunda verde, la tercera blanca. No es difícil atisbar aquí el triple símbolo de la falena letal, que a su cuerpo cadavérico une las alas que la confunden con las hojas de la rosa. Cuántas veces Maddalena Strozzi cortó una rosa blanca y la sintió gemir entre sus dedos, retorcerse y gemir débilmente como una pequeña mandrágora o uno de esos lagartos que cantan como las liras cuando se les muestra un espejo. Y ya era tarde y la falena la habría picado: Rafael lo supo y la sintió morirse. Para pintarla con verdad agregó el unicornio, símbolo de castidad, cordero y narval a la vez, que bebe de la mano de una virgen. Pero pintaba a la falena en su imagen, y este unicornio mata a su dueña, penetra en su seno majestuoso con el cuerno labrado de impudicia, repite la operación de todos los principios. Lo que esta mujer sostiene en sus manos es la copa misteriosa de la que hemos bebido sin saber, la sed que hemos calmado por otras bocas, el vino rojo y lechoso de donde salen las estrellas, los gusanos y las estaciones ferroviarias.


Julio Cortázar

Instrucciones para entender tres pinturas famosas: El amor sagrado y el amor profano, por Tiziano


Esta detestable pintura representa un velorio a orillas del Jordán. Pocas veces la torpeza de un pintor pudo aludir con más abyección a las esperanzas del mundo en un Mesías que brilla por su ausencia; ausente del cuadro que es el mundo, brilla horriblemente en el obsceno bostezo del sarcófago de mármol, mientras el ángel encargado de proclamar la resurrección de su carne patibularia espera inobjetable que se cumplan los signos. No será necesario explicar que el ángel es la figura desnuda, prostituyéndose en su gordura maravillosa, y que se ha disfrazado de Magdalena, irrisión de irrisiones a la hora en que la verdadera Magdalena avanza por el camino (donde en cambio crece la venenosa blasfemia de dos conejos).
El niño que mete la mano en el sarcófago es Lutero, o sea, el diablo. De la figura vestida se ha dicho que representa la Gloria en el momento de anunciar que todas las ambiciones humanas caben en una jofaina; pero está mal pintada y mueve a pensar en un artificio de jazmines o un relámpago de sémola.


Julio Cortázar

martes, 2 de diciembre de 2008

¿Qué es un cuadro?


Recordad que un cuadro, antes de ser un caballo, una mujer desnuda o una anécdota cualquiera, es esencialmente una superficie plana, cubierta de colores dispuestos en un cierto orden.


Maurice Denis

El Tránsito de la Virgen, de Mantegna


El Tránsito de la Virgen, de Mantegna, se guarda hoy en la sección del Museo donde se agrupan los pintores italianos. Como se trata de un cuadro de cortas dimensiones, el visitante novicio no lo encuentra enseguida. Además está colocado como al descuido, sin ningún aparato de supremacía presidencial. Tampoco llama la atención por la pompa o la simpatía del color, por ninguna de las seducciones de la vivacidad. Pero yo te juro, amigo mío, que en esta tablilla lívida se encierra una de las más puras realizaciones de belleza que hayan conocido los hombres. De ferviente del arte sé (muy pocos, pero, en fin, de entre los mejores) que, si un día el fuego debiese consumir todo este Museo y en manos de ellos estuviera salvar una obra nada más, no vacilarían y se precipitarían hacia el Mantegna.

Inteligible, claro, El Tránsito de la Virgen, lo es plenamente. Claro, no quiere decir precisamente fácil. Al contrario, este linaje de belleza trae para su goce mucha dificultad y exige en el gozador estar de vuelta de muchas cosas.

He aquí, en resumen, cómo he intentado, dando un rodeo, definir el supremo valor de esta obra en mi libro El viento en Castilla: "Decimos, para elogio de unas flores artificiales: Parecen naturales. En cambio, unas flores naturales exquisitas pueden proporcionarnos la ilusión de la artificialidad...Paralelamente en la obra de un grabador elogiamos -elogíabamos, ayer, con el naturalismo, sobre todo- que, a fuerza de habilidad, reproduzca la morbidez de la pintura. Pero unas predicciones más austeras llegarán a valorar, en una obra de pintura, la seca, precisa, áspera calidad de grabado. La pintura que se asemeja más abnegadamente a un grabado es El Tránsito de la Virgen, del Mantegna..."

Sí, aquí ya no queda ni siquiera rastro de sensualidad, de halago, de brillo. Todo distribuido, estructurado, lógico. "Parece que un viento frío ha secado todas las cosas -recuerdo haber dicho en otra parte-. Hasta los nimbos de santidad que rodean las cabezas son (perdóneseme la grosería de la expresión) discos amojamados..." Si La caza de Meleagro recuerda a un frontón ático, El Tránsito de la Virgen, a una columna dórica. También recuerda a la geometría de Euclides, a la prosa de Tucídides, a la psicología de Stendhal...La cima de la dignidad. Una apariencia fría, pero, en lo hondo de lo hondo, ¡qué pasión!

No hay cuadro mejor compuesto que éste, en la antología de la pintura universal.



Eugenio d'Ors "Tres horas en el Museo del Prado"

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El cuadro más bello del mundo



Tras haber visto en el museo de La Haya "La vista de Delft", supe que había contemplado el cuadro más bello del mundo.




Marcel Proust

lunes, 24 de noviembre de 2008

Mi lucha




Contra la Simplicidad, por la Complejidad

Contra la Uniformidad, por la Diversificación

Contra el Igualitarismo, por la Jerarquización

Contra lo Colectivo, por lo Individual

Contra la Política, por la Metafísica

Contra la Música, por la Arquitectura

Contra la Naturaleza, por la Estética

Contra el Progreso, por la Perennidad

Contra el Maquinismo, por el Sueño

Contra la Abstracción, por lo Concreto

Contra la Juventud, por la Madurez

Contra el Oportunismo, por el Fanatismo Maquiavélico

Contra la Espinaca, por los Caracoles

Contra el Cine, por el Teatro

Contra Buda, por el Marqués de Sade

Contra Oriente, por el Occidente

Contra el Sol, por la Luna

Contra la Revolución, por la Tradición

Contra Miguel Ángel, por Rafael

Contra Rembrandt, por Vermeer

Contra los Objetos Salvajes, por los Ultracivilizados Objetos 1900

Contra el Arte Moderno, por el Arte del Renacimiento

Contra la Filosofía, por la Religión

Contra la Medicina, por la Magia

Contra las Montañas, por la Costa

Contra los Fantasmas, por los Espectros

Contra las Mujeres, por Gala

Contra los Hombres, por Mí

Contra el Escepticismo, por la Fe

Contra el Tiempo, por los Relojes Blandos




Salvador Dalí