jueves, 18 de junio de 2009

La pintura en el siglo XX: El Simbolismo


Cronológicamente, el simbolismo es posterior al impresionismo. Sin embargo, implica un retorno a ciertas tendencias anteriores. ¿Significa esto un retroceso?, o, por el contrario, ¿aporta algo nuevo?

Hablando con propiedad, el simbolismo es un gran movimiento que va más allá de la pintura y se manifiesta básicamente por medio de la literatura, la poesía. En este terreno, fue una reacción contra el naturalismo, el naturalismo de un Flaubert o de un Zola, y se manifestó básicamente por medio de un renacimiento poético, que se concretó en las personalidades de Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Rimbaud, Laforge. Los poetas simbolistas tenían de la realidad una concepción filosófica fundamentada en el movimiento, en la espontaneidad, en el pasar de las cosas, en su carácter efímero. En sus matices se acercaban, estaban próximos, a la filosofía del impresionismo: una filosofía del tiempo, la ilusión perpetua que se lleva las cosas, la luz que las engulle, que nunca permanece fija, que nunca es estática, que se mueve constantemente, que desaparece perpetuamente. Había pues cierta analogía entre las búsquedas de los poetas simbolistas y la de los pintores impresionistas. Respecto a esto, pienso en los matices de Verlaine, en su musicalidad, esa tendencia a que todo se funda en la música. Todo esto se halla muy cerca del impresionismo. Pero, por otra parte, hay en el simbolismo algo que nos separa del impresionismo: un determinado idealismo. Ese retorno a la inteligencia, al intelecto, contra la sensación, como en el caso de Seurat, y también en el de Cézanne y Degas, que, a pesar de ser pintores impresionistas, al mismo tiempo tenían algo completamente distinto: buscaban un significado simbólico a sus formas, y Cézanne dominó las de la Naturaleza por una voluntad de composición totalmente intelectual. En ese momento aparece también otro personaje, por completo simbolista: Odilon Redon. En Redon domina la idea, la vida interior, el sueño. Y en ese sentido se opone totalmente a los impresionistas, pues estos pintaban la Naturaleza, pintaban únicamente a partir de sus sensaciones; el arte de los impresionistas es esencialmente óptico: todo pasa en el ojo y por el ojo. Con Redon todo pasa por la cabeza, por el pensamiento, por el sueño. En esos momentos la palabra sueño se empleó contantemente: la emplearon Verlaine, Mallarmé y los discípulos de estos poetas simbolistas; un estado de sueño perpetuo en el que deseaban estar y que les permitía realizar, crear, cosas sublimes, exquisitas. En ese punto, estamos ya muy lejos del sensualismo de los impresionistas, del sensualismo de Renoir, por ejemplo; estamos muy lejos de ese puro contacto con la Naturaleza, de ese juego de colores, es decir, del puro impresionismo. Ahora, con Odilon Redon, la cabeza toma las riendas, no en el sentido de que intente ordenar las cosas -ese será el papel de Cézanne-, sino en el de contarnos visiones del mundo interior, de lo que se llama el sueño. Aquí empieza otra gran revolución. La pintura ya no será únicamente lo que se ve, sino lo que se piensa, lo que uno imagina, lo que el intelecto y el sueño inventan.